El pasado miércoles se presentó en Jerez, mi libro “La condición femenina en la Edad Media”. El próximo sábado 7 de mayo se hará en Córdoba, dentro del marco de la Feria del Libro en la capital califal, de la mano de la Editorial El Almendro, editora de éste y de mis últimos libros. Aquí en, en salón de Actos de la Escuela de Hostelería de Jerez, presidió el acto e intervino el presidente del Centro de Estudios Históricos Jerezanos, Eugenio Vega, que glosó el libro, junto a la periodista jerezana Lola Revidiego. Una ocasión para echar mano de la Historia y recorrer un período muy distinto al actual y con profundos tintes patriarcales, para que la Historia ejerza de maestra y nos ayude a no repetir errores del pasado.
Hoy parece inconcebible que en aquellos momentos se definiera a la mujer como «animal bípedo que llaman mujer». Así denomina a la mujer Ricardo de Bury (s. XIV), obispo de Dirham. Con pensamientos como éste es fácil descubrir el pensamiento dominante sobre la mujer en la Edad Media. Porque no faltan en este período textos como el del prelado Hildeberto de Lavardin (1133): «La mujer, una cosa frágil, nunca constante, salvo en el crimen, jamás deja de ser nociva espontáneamente y enseña todo lo que puede perjudicar. La mujer, vil forum, cosa pública, nacida para engañar, piensa haber triunfado cuando puede ser culpable. Consumándolo todo en el vicio, es consumida por todos y, predadora de los hombres, se vuelve ella misma su presa». De pensamientos así, nacen textos jurídicos como los que recoge en el siglo XII, el Decretum Gratiani: «Es conocido que la mujer debe estar subordinada al marido y que no tiene ninguna autoridad; no puede enseñar, no puede actuar ni como testigo, ni como garante, ni como juez», definiendo su estatus social. Incluso un abad como Odón de Cluny –muerto en el 942–, al que el Papa León VII (936-939) llamó a Roma para emprender con él una gran reforma de la vida monástica se atreve a afirmar cosas tan tremendas como ésta: «La belleza del cuerpo sólo reside en la piel. En efecto, si los hombres vieran lo que hay debajo de la piel, la visión de las mujeres les daría nauseas… Puesto que ni con la punta de los dedos toleraríamos tocar un escupitajo o un excremento, ¿cómo podemos desear abrazar este saco de heces?». El cuerpo de la mujer se presenta como despreciable. Este otro suyo nos puede servir de parecida muestra: «Cuando coges en brazos los miembros de una mujer, contempla los gusanos, el icor, el insoportable hedor que será dentro de poco tiempo, para que la representación de esta futura podredumbre te haga prudentemente despreciar los disfraces de una belleza de teatro». Así que no es de extrañar que en la Primera Crónica General de Alfonso X el Sabio se escriba que la mujer es «confundimiento de hombre, bestia que nunca se harta, cuidado que no tiene fin, guerra que nunca queda, peligro del hombre que no tiene en sí mesura». A pesar de todo esto, también en la Edad Media hay mujeres que se levantan con sus escritos y con sus hechos ante esta situación. Y de “voz ahogada” como la califica Christiane Klapisch-Zuber, o de “voces prisioneras”, según la expresión de Danielle Régnier-Bohler Duby, pasan a ser voces rotundas que, aunque la historia las ha ido dejando en el camino del olvido, siguen aportándonos su voz. Duby afirmará en su Historia de las Mujeres, que «demasiado tarde empezamos a oírlas».
En este libro he tratado de diseñar un cuadro general de la condición femenina en la Edad Media, sin ocultar las sombras, y recupera estas voces de mujer, marginadas muchas veces. De este modo hacer que la Historia, en este caso, se convierta en maestra que ayuda a no perpetuar los errores del pasado y a superar los condicionantes ligados a visiones de la mujer ya trasnochadas. Un libro de estudio pero redactado y presentado para que sea divulgativo y pueda llegar a todos los lectores. No cabe reivindicación sino mirada a la Historia, que ha demostrado de sobras, el papel protagonista y decisivo, en igualdad de condiciones, de la mujer en el mundo actual.