Mi intención es coherente y respetuosa. La hago con todo el afecto que les tengo a mis amigos cofrades que ya preparan la entrada en uno de los tiempos fuertes de sus hermandades. Dentro de poco se iniciará la cuaresma y la preparación, en todos los sentidos, de sus salidas procesionales en Semana Santa. Unas salidas que me llenaran Jerez de palcos –la polémica ya ha estado servida-, que me harán más difícil la normalidad de mi discurrir por el centro de la ciudad, que harán más difícil el negocio vital para los comerciantes del centro, y que me obligarán a ver las procesiones en sitios alejados de la carrera oficial, con esas murallas de madera que me impiden ver los pasos y que hacen de la Semana Santa en el centro una opción elitista y de prestigio social para los que pueden pagarse el estrecho corralito donde lucir el palmito.
Bien, aceptemos esa opción. Yo la acepto para que se haga caja y sirva al bien de todos. Los turistas, que sigan con su sorpresa ante este encajonamiento. Pero es que ya se preparan los estrenos, y éstos cuestan dinero. Y no estamos para gastarlos en lujos sino en solidaridad social. Ya sé que también este aspecto tiene cabida en las hermandades de hoy. Pero todo parece poco para una ciudad con un altísimo índice de paro y unas dificultades en la economía familiar que, nunca mejor dicho, claman al cielo. Por eso vuelvo una vez más a este apunte para la reflexión. No sé si es predicar en el desierto, pero la amistad y el aprecio me lo permiten, apelando a la fe, que se dice expresar y testimoniar en público. El año pasado, en esta misma página publicaba lo que sigue:
“En estos tiempos tan críticos que, con enorme sufrimiento, estamos viviendo, conviene una profunda reflexión, seria y activa. No vale ponerle siempre una vela a Dios y otra al diablo. Y ya que tanto se apela a la tradición, conviene no quedarse en lo anecdótico y poco comprometido e ir a la tradición más profunda y genuina. El otro día, escarbando en textos fundamentales de los Padres de la Iglesia, los que marcaron –con sus luces y sus sombras- el pensamiento cristiano, a partir de las Escrituras, y la reflexión doctrinal y teológica, me he encontrado con este texto de uno de los Padres más importantes de la Iglesia de Oriente, Juan Crisóstomo. El ilustre patriarca de Constantinopla, en el siglo IV, que ha pasado a la historia con el sobrenombre de Crisóstomo, es decir, boca de oro, por su lucidez y su eficacia oratoria, nos ha dejado centenares de homilías. En una de ella, en la que comenta –como en mayoría de las demás- un texto de la escrituras, hace esta contundente reflexión. Conviene a este tiempo, y en aquellos que sitúan su vida y su acción en parámetros cristianos, volver a hacerla, aunque hayan pasado nada menos que 16 siglos desde que se pronunció. Traslado aquí el texto tal y como se conserva. Este obispo antioqueno de origen, y que ejerce su labor pastoral en la capital constantinopolitana, también se planteaba preguntas fundamentales. Como en esta página tiene cabida todo lo que pueda interesar a nuestra cultura y a la praxis actual, origen de la misma, trascribo el texto:
«¿Qué le aprovecha al Señor que su mesa(=el altar) esté llena toda de vasos de oro, si Él se consume de hambre? Saciad primero su hambre y luego, de lo que os sobre, adornad también su mesa. ¿Haces un vaso de oro y no le das un vaso de agua fría? Y, ¿qué provecho hay en que le recubráis su altar de paños recamados de oro, si a Él no le procuráis ni el necesario abrigo? ¿Y qué ganancia hay en esto? Dime, en efecto: si viendo a un desgraciado falto del necesario sustento, le dejaras a Él que consumiera su hambre y tú te dedicaras a recubrir de oro su mesa, ¿es que te agradecería el beneficio o se irritaría más bien contra ti? Pues, ¿que si viéndole vestido de harapos y aterido de frío, no le alargaras un vestido, y te entretuvieras, en cambio, en levantar unas columnas de oro, diciéndole que todo aquello se hacía en honor suyo? ¿No diría que le estabas tomando el pelo y lo tendría todo por supremo insulto? Pues piensa todo esto sobre Cristo. Él anda errante y peregrino, necesitado de techo…Al hablar así, repito, no es que prohíba que también en el ornato de la iglesia se ponga empeño; a lo que exhorto es a que juntamente con eso, o, más bien, antes que eso, se procure el socorro de los pobres. De no haber hecho lo primero, a nadie se le culpó jamás; por lo otro, empero, se nos amenaza con el infierno… Mientras adornas, pues, la casa, no abandones a tu hermano en la tribulación, pues él es templo más precioso que el otro».
Huelgan los comentarios y vale la reflexión. Y cada palo, elegido libre y conscientemente, debe aguantar la vela que ha decidido enarbolar, y que merece todo el respeto, y exige la más profunda coherencia”.
Lo digo y lo repito porque “repetita iuvant”. Y tarde o temprano puede sonar la flauta.