Que la política europea va dando tumbos, que la Unión Europea ha perdido el norte, es más que constatable. Que los europeístas andan despistados y que los anti europeístas perdidos, en más que evidente. Y que en este carro están cada uno de los países que la forman, incluida España, parece que es así. Y en este río revuelto, los pescadores que obtienen ganancia son, una vez más, los poderes financieros. Y los que se quedan en la estacada y tienen que pagar los desmanes son los sufridos ciudadanos. En nuestro sueño democrático vamos periódicamente a las urnas para votar a unos políticos que nos presentan un programa con opciones que podemos considerar de nuestro agrado, los elegimos, para nuestro país y para ese monstruo inútil y derrochador que se llama Parlamento Europeo (cementerio de elefantes y destino de oro de políticos). Pero, a la hora de la verdad, no son éstos los que nos gobiernan. Democracia paniaguada, engañabobos para los ciudadanos, menoscabo de la soberanía nacional.
El profesor Alfonso Banda Tarradellas, de la Fundación para la Paz, afirma que «la democracia está hecha para controlar un poder único y absoluto unipersonal o no, pero un poder absoluto que gobierne una sociedad. Hasta hace muy poco la sociedad, por definición, no era universal, era nacional, estatal y en ese contexto había que evitar que la iglesia, que el rey absoluto o quien fuera gobernara a su antojo. Pero ahora en este momento parece que el poder democrático ya no regula un poder que está por encima de él que es el poder financiero, ha aparecido el poder financiero global, que ha destruido una de las cosas que es esencial para construir el mundo como es la soberanía nacional».
Es evidente que en España ejecutaron a Montesquie hace ya un tiempo y que en el totum revolutum político español los agujeros son más que preocupantes. Separación de poderes, elecciones sin listas únicas y cerradas, destierro de las partidocracias, igualdad en el voto, etc. etc, son necesidades para una democracia más efectiva, pero, si además, el mandato que damos a nuestros representantes, se ve sometido al poder financiero, el problema no es baladí. Y esto está más relacionado con un sistema que los políticos han ajustado a su medida y, como se está demostrando, en muchos casos a su beneficio. Y a esto se añade el problema que nos ocupa.
Los ciudadanos españoles votamos a un parlamento y a un gobierno para que nos representen, pero quienes toman las decisiones sobre nuestros dineros y sobre nuestro bienestar son unos poderes a los que nadie ha votado, anónimos para nosotros y que marcan las líneas de nuestra vida. No es de extrañar un titular del periódico El País: “La democracia está secuestrada. El poder financiero manda sobre el político”.
Pero, ¿puede España defenderse sola contra el imperio de una globalización y unas políticas europeas que son las que marcan el rumbo? ¿Puede Europa ser independiente del poder financiero? «La democracia en un solo país no puede siquiera defenderse contra los ultimátums de un capitalismo furioso que traspasan las fronteras nacionales», advertía Jürgen Habermas, el último gran filósofo de la Escuela de Frankfurt. Más duro, el análisis de Marshall Auerback: «lo que está sucediendo en Europa es un auténtico golpe de estado financiero por parte de los mismos que causaron la crisis».
Lo cierto es que aquí, los gobiernos se embarcaron en un despilfarro económico sin precedentes, se endeudaron hasta las cejas, contribuyeron al hundimiento de las Cajas de Ahorros, y ahora tienen que asumir las consecuencias. Lo malo de todo esto es que los costes los tenemos que asumir los ciudadanos, que se ven por estos motivos empobrecidos y además con una democracia intervenida.
No es un momento muy halagüeño. Pensadores como Jürgen Habermas ya han advertido que lo que está en peligro en la UE, y consecuentemente en sus países miembros, ante el torbellino financiero no es sólo el euro. Va muchísimo más allá: se trata de la democracia misma.
El blog de Juan Félix Bellido 