Todo lo contrario: conviene desempolvar de vez en cuando El Espíritu de las Leyes, escudriñar en sus páginas y volver a la esencia del equilibrio político, como él lo planteó cuando diseñó su concepto de la división de poderes. Botón de muestra éste emblemático, y ya clásico, texto suyo:
“En cada Estado hay tres clases de poderes: el legislativo, el (…) de las cosas pertenecientes al derecho de gentes, y el ejecutivo de las que pertenecen al civil.
Por el primero, el príncipe o magistrado hace las leyes para cierto tiempo o para siempre, y corrige o deroga las que están hechas. Por el segundo, hace la paz o la guerra, envía o recibe embajadores, establece la seguridad y previene las invasiones; y por el tercero, castiga los crímenes o decide las contiendas de los particulares. Este último se llamará poder judicial; y el otro simplemente poder ejecutivo del Estado.
La libertad política, en un ciudadano, es la tranquilidad de espíritu que proviene de la opinión que cada uno tiene de su seguridad; y para que se goce de ella, es preciso que sea tal el gobierno que ningún ciudadano tenga motivo de temer a otro.
Cuando los poderes legislativo y ejecutivo se hallan reunidos en una misma persona (…) entonces no hay libertad, porque es de temer que (…) hagan leyes tiránicas para ejecutarlas del mismo modo.
Así sucede también cuando el poder judicial no está separado del poder legislativo y ejecutivo. Estando unido al primero, el imperio sobre la vida y la libertad de los ciudadanos sería arbitrario, por ser uno mismo el juez y el legislador y, estando unido al segundo, sería tiránico, por cuanto gozaría el juez de la fuerza misma que un agresor.
En el estado en que un hombre solo o una corporación (…) administrasen los tres poderes (…) todo se perdería enteramente. (…)
Magnífica referencia para la reflexión, hoy más que nunca. Su autor, Charles-Louis de Secondat, barón de Montesquieu, el pensador francés nacido en La Brède, Burdeos, en 1689 y fallecido en París, en 1755, aunque lo sensato parece ser mantener vivo su pensamiento. Y si, de vez en cuando, se lo repasan nuestros políticos, aunque tengan que hacer el esfuerzo de leer, miel sobre hojuelas.