Archivo de enero 2012

LOS ELOGIOS DE AL-SAQUNDI

Alcázar de Sevilla

De vez en cuando, desempolvo un antiguo libro leído  y releído anteriormente y olvidado en las estanterías de mi biblioteca durante un tiempo. Y en busca del pensamiento que en él se esconde y que me impresionó la primara vez que lo tuve en mis manos, recorro sus páginas con voracidad. Me ha sucedido en estos días con una vieja edición de Emilio García Gómez, al que tanto deben los arabistas españoles. Es de 1934, y se trata de la Risala de Al-Saqundi, que su traductor –D. Emilio- tituló Elogio del Islam español.  Es reconfortante volver a sus páginas y pasear por esas estupendas descripciones de costumbres, ciudades y personajes de aquel siglo XIII nuestro. Y constatar el profundo y largo patrimonio que nos acompaña desde antiguo. El libro nace casi de una anécdota. Sucedió en casa del Gobernador de Ceuta. Al-Saqundi defiende la superioridad de nuestro país sobre la Berbería. Para zanjar la discusión, el gobernador reta a los dos contendientes a que pongan por escrito las virtudes de sus respectivos países. Así nace esta obra del insigne literato cordobés-

Reconforta el comienzo “Yo alabo a Dios porque me hizo nacer en Al-Andalus y me concedió la gracia de ser uno de sus hijos. Mi brazo puede alzarse con orgullo y la nobleza de mi condición me impulsa a realizar acciones meritorias”. Un orgullo que se dispone a justificar a lo largo del libro. Recorre personajes, costumbres y ciudades de aquella España medieval: Sevilla, Córdoba, Jaén, Granada, Málaga, Almería, Murcia, Valencia, Mallorca… Sorprenden, más de siete siglos después, descripciones como ésta: “Los sevillanos son la gente más ligera de cascos, más espontáneas para el chiste y más dadas a la burla, aún empleando las más feas injurias; y de tal suerte están habituados a esto y lo tienen por hábito, que entre ellos es considerado odioso y cargante el que no se dedica a tales cosas y no da y acepta esta clase de bromas”. Pero es que lo que sigue no tiene desperdicio, sus aldeas y sus pueblos son únicos “por el primor de sus construcciones y por el celo con que sus habitantes las cuidan por dentro y por fuera, hasta el punto de que parecen, de encaladas que las tienen, estrellas blancas en un cielo de olivos”.  ¡Y qué decir del resto! “Sus mujeres, sus vehículos (tanto terrestres como marítimos), sus guisos y sus frutos (lo mismo frescos que secos), son especies que en el reparto del mérito han logrado la parte más copiosa. En cuanto a sus casas, ya tienes noticias de su perfección y del celo con que sus propietarios las cuidan. En la mayoría de ellas no falta agua corriente, ni árboles frondosos, tales como el naranjo, el limero, el limonero, el cidro y otros”. Y algo fundamental, que supone el adorno más profundo de esta ciudad: “Sus sabios en toda rama de saber, elevada o humilde, seria o jocosa, son demasiados en número para que puedan contarse y demasiado célebres para que tengan que ser citados”.

Produce enorme satisfacción oír esto de un cordobés, acerca de Sevilla y los sevillanos, como lo produce que alguien hable bien y elogiosamente de alguien que no sea él. Que sienta como propio lo de los demás en esta España nuestra tan dada al provincianismo cutre y las pueblerinas peleas de rivalidades pobres, de chovinismos locales de bajo nivel y a peleillas de tres al cuarto que no conducen a nada positivo. Al-Saqundi, cordobés, del siglo XIII, elogiando su tierra.

Los números de 2011

Los duendes de las estadísticas de WordPress.com prepararon un reporte para el año 2011 de este blog.

 

Aqui es un extracto

La sala de conciertos de la Ópera de Sydney contiene 2.700 personas. Este blog fue visto cerca de 22.000 veces en 2011. Si fuese un concierto en la Ópera, se necesitarían alrededor de 8 actuaciones agotadas para que toda esa gente lo viera.

Haz click para ver el reporte completo.

LAILA WINTER Y EL CORAZÓN DE LAS SOMBRAS

Nuevo libro para estas fechas, Recomendable como los anteriores de la saga… y ya van cuatro. Con éste, Bárbara G. Rivero, pone punto final a las aventuras fantásticas de esta adolescente.

 Laila Winter y el corazón de las sombras es el título del último libro de la saga de fantasía escrita por la autora gaditana Bárbara G. Rivero, quien culmina con esta entrega una tetralogía que viene haciendo las delicias de los lectores desde el año 2008, fecha en la que apareció el primer volumen que inauguraría esta serie titulado Laila Winter y las Arenas de Solarïe.

 Un saga, que junto a los dos siguientes entregas Laila Winter y los señores de los vientos y Laila Winter y la maldición de Ithirïe, ha cosechado numerosas críticas favorables, así como un gran número de seguidores dada la originalidad de la trama y de los personajes que la componen. 

 Laila Winter es la protagonista de una historia de hadas ambientada en la actualidad, donde la escritora, con una prosa cuidada y elegante, recrea atmósferas tan fabulosas como las de Michael Ende, J.K. Rowling o Terry Pratchett. Se trata de una serie rompedora con los convencionalismos y cánones que marcan las líneas maestras de la literatura fantástica actual, al sumergir al lector en ambientes sutiles y peligrosos donde las hadas ya no recogen flores y pululan con su varita por mundos idílicos esperando ser la madrina de una princesa que desea ser besada por un príncipe. En los mundos de Bárbara G. Rivero, si no te andas con cuidado, tus ojos pueden acabar metidos en un frasquito. 

 Intriga, aventura, amor y grandes dosis de fantasía volverán a ser los ingredientes que inunden las páginas del libro que cierra la serie, en la que se desvelarán todos los misterios que han rodeado a su protagonista y a sus tres infatigables amigas. Todas la tramas urdidas a lo largo de la serie encajarán como un puzle con una auténtica maestría digna de una escritora que está llamada a ser una referencia dentro del género fantástico español. 

 

Bárbara G. Rivero

Laila Winter es una chica que está a punto de cumplir los 16 años y tiene un pequeño problema, su pelo es de color verde, siendo motivo de rechazo y burlas. El día de su cumpleaños, su padre le regala un libro muy especial, que guarda un misterio escondido en sus páginas en blanco. Ese misterioso libro es la llave de entrada a Solarïe, el reino de los cinco soles. Un mundo lleno de intrigas y peligros del que no querrá regresar, ya que gracias a la ayuda de tres hadas muy peculiares comienza a vivir un intenso y emocionante viaje que culmina con la cuarta y última entrega Laila Winter y el corazón de las sombras.

VOLVER A VER LAS COSAS

Mi amigo Gabriel Revuelta me envía esta reflexión de Franco Ravasi tituladea «Ver las cosas». Me ha parecido digna de ser compartida y tal cual la transcribo. 

          Sospecho que el niño coge su primera flor con una percepción de la belleza y de su significado que el futuro botánico ya nunca conservará.

          Lo anotaba en su diario, el 5 de febrero de 1852, el escritor norteamericano Henry David Thoreau. He de confesar que siempre me ha cautivado la manera de jugar de los niños: antes de que quede pervertido por la playstation y los juegos electrónicos, el niño se acerca a un objeto con una sorprendente multiplicidad de gestos, movimientos, miradas. Cumple realmente el acto primordial de asomarse al mundo maravillado para descubrir las maravillas («el mundo perecerá por no maravillarse, no por falta de maravillas», observaba sutilmente el escritor inglés Chesterton). Es lo que  nosotros, apresurados consumidores de tecnología,  ya no experimentamos. ¿Quién es capaz de «ver un mundo en un grano de arena y un cielo en una flor silvestre, el infinito en un palmo y la eternidad en una hora», como cantaba el poeta inglés William Blake?

          Al botánico no le queda ya nada del estupor del niño ante la flor, su corola, sus colores. Clasifica, cataloga, diseca, disecciona, comprueba, examina, pero ya no consigue gozar de la fascinación de la belleza. Una de las antologías dl poeta irlandés contemporáneo –los verdaderos poetas son los grandes maestros de la contemplación– Seamus Heaney, Nobel 1995, se titula Seeing Things. Sí, necesitamos volver a «ver las cosas», incluso –como sugiere la frase inglesa– «tener la visión» profunda de la realidad, de los rostros, de los objetos, de los signos, de los colores, de la vida. Para lo que es imprescindible saber detenerse, pararse, estar en silencio, contemplar.


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