Yo soy yo, o, por lo menos, eso creo, decía hace años un amigo mío. Y es cierto. Aunque si es verdad lo que oí hace años a un pensador italiano, que el hombre más libre está condicionado en un 95 %, el razonamiento se va, en buena parte, al garete. De cualquier manera, al menos en ese 5 % que queda, puedo decir –con el margen de error, que es aplicable en caso como éste- que yo soy yo, y no soy otro. Para bien o para mal, con mis virtudes y mis defectos. Que tanto las unas como los otros son míos, y de ellos soy el único responsable. La culpa de mis errores la tengo yo, el mérito de mis virtudes también es mío, ya sean ésta muchas, ya sean pocas. Habrá elementos que influyan o favorezcan, tanto en lo uno como en lo otro, pero básicamente soy el actor principal de todo lo mío, al menos de ese 5%.
A los demás les sucede tres cuartos de lo mismo. A los del etiqueteo no les gusta esta variedad que nos convierte en seres –afortunadamente- diferentes, y en las que cada uno es lo que es para riqueza de todos. Ellos disfrutan con la agrupación en una misma etiqueta. Les fascina meter en el mismo saco “productos” diferentes, normalmente para mal. Pero los más nocivos son los autoetiqueteros, los del “tú eres de los míos”, “tú eres como yo”, “a ti te gusta lo que a mí…”. Y ya se sabe que la repetición crea el hábito.
Mis conocidos no son como yo, y esto no sólo me enriquece a mi sino que enriquece el ámbito en el que vivimos. Ellos aportan lo que yo no sé, no puedo, o no soy. Y viceversa. Yo tampoco soy como ellos y espero que esto les enriquezca. Aunque en esta escalada por el pensamiento único –que hasta en los más nimios detalles empapa las neuronas de mucha gente de mi entorno- la variedad no es asumida con naturalidad. Lo distinto es repudiado. No es admisible.
“Aquí todos somos así y pensamos así, y nos gustan estas cosas…”. “Será que tú no eres de aquí…”. Y no hay manera de hacerles entender que no “todos los de aquí, somos iguales. Y te destierran, te niegan la cuna y te exilian moralmente.
Y lo mismo que admito que cada uno de los demás sea como es, quiero ser reconocido por lo que soy. Derecho legítimo de todos los seres humanos. Y yo soy yo, como tú eres tú… ¡afortunadamente! Pero esto exige el esfuerzo de ser y de ejercerlo. Y tirar por la borda el traje de camuflaje y ser lo que uno es, pensar lo que un piensa y, desde ese puerto, emprender continuamente rutas de diálogo hacia todos los demás puertos. Admitiendo que ni mi puerto es el mejor, ni mi barco el más sólido, ni el más rápido, ni el de más hermosa arboladura.
Por eso me gusta que en el año 1022, en El collar de la paloma, Ibn Hazm afirmase: “no acostumbro a fatigar más cabalgadura que la mía ni a lucir joyas de prestado”.
A partir de ahí, el diálogo, la unidad, el encuentro y la colaboración, la búsqueda y la solidaridad no sólo serán posibles sino fecundan. Los puentes tienen que apoyarse en dos orillas sólidas y bien definidas.