Un amigo y, a la vez, editor de los dos libros que tengo publicados en Italia, me envió en una ocasión, un texto que no conocía de Tomás Moro y que, en estos días, he vuelto a encontrar entre mis papeles. La impresión que me causó entonces, cuando me lo envió, como digo, este amigo italiano, me la ha vuelto a producir ahora. Son unas originales Bienaventuranzas, que me han hecho pensar mucho. Son muchas, pero transcribo algunas de las que más me han gustado. El sentido común y el humanismo del inglés Tomás Moro, que nos legó su honestidad política y personal, y el pago de esta factura con su vida, son más que evidentes. Aquí van:
Bienaventurados los que saben reírse de ellos mismos,
porque no terminarán nunca de divertirse.
Bienaventurados los que saben distinguir una montaña de un guijarro,
porque evitarán muchos fastidios.
Bienaventurados los que saben descansar y dormir sin encontrar excusas para ello; serán sabios.
Bienaventurados los que saben escuchar y callar;
aprenderán cosas nuevas.
Bienaventurados los que son lo bastante inteligentes como para no tomarse en serio; los apreciarán sus vecinos.
Bienaventurados los que están atentos a las exigencias de los demás, sin sentirse indispensables; serán expendedores de alegría.
Bienaventurados seréis si sabéis mirar seriamente las cosas pequeñas y tranquilamente las importantes; llegaréis lejos en la vida.
Bienaventurados vosotros si sabéis apreciar una sonrisa y olvidar un desaire; vuestro camino estará lleno de sol.[…]
Así nos los dejó Tomás Moro (Londres, 7 de febrero de 1478 – 6 de julio de 1535).